Los cafés cantantes eran locales nocturnos donde los espectadores podían beber copas a la vez que disfrutaban de espectáculos musicales. En un principio, formaban parte de la actividad nocturna, mal vista por la sociedad en general, aunque cada vez tomaron más auge para convertirse finalmente en parte de la oferta cultural y de ocio de las ciudades. El flamenco se convirtió en cultura y creó afición.

Según publicó en sus memorias el cantaor Fernando de Triana, ya en 1842 existía un café cantante en Sevilla, que se volvió a inaugurar en 1847 bajo el nombre de Los Lombardos, como la ópera de Verdi. Sin embargo, por aquel entonces los distintos cantes e intérpretes estaban bastante desconectados entre sí. En 1881 Silverio Franconetti, cantaor de extenso repertorio y grandes dotes artísticas, abrió en Sevilla el primer café cantante flamenco.

En el café de Silverio los cantaores estaban en un ambiente muy competitivo, pues al propio Silverio le gustaba retar en público a los mejores cantaores que pasaban por su café.

La moda de los cafés cantantes permitió el surgimiento del cantaor profesional y sirvió de crisol donde se configuró el arte flamenco. El gusto del público contribuyó a configurar el género flamenco, unificándose su técnica y su temática.